Donald Rumsfeld, hijo de George Rumsfeld,
un agente inmobiliario de Chicago, nació en 1932. Realizó sus estudios
en el New Trier High School, donde se convierte en la vedette del
equipo de lucha campeón del Estado. En Princeton será el capitán del
equipo, puesto ocupado dos años antes por su compañero de cuarto,
también con un brillante futuro por delante: Frank Carlucci.
En 1956 no pudo ser seleccionado para los Juegos Olímpicos debido a
una herida. Llega a ser agregado parlamentario en el Congreso, lo que
simultanea con su actividad de consultor para el banco inversionista AG
Becker antes de lanzarse a la carrera política.
Donald Rumsfeld campeón de lucha libreEn 1962 es candidato a las elecciones primarias republicanas en
Chicago frente al director de una compañía de seguros sometida a
investigación federal. Uno de los entonces asistentes de Rumsfeld,
Jeb Stuart Magruder, hace que el otro candidato sea rigurosamente
interrogado sobre el escándalo. Magruder será acusado más tarde de
perjurio en el caso Watergate. Sin embargo, el trabajo que realiza
cumple su objetivo: Rumsfeld vence en las elecciones primarias y obtiene el puesto de Congressman.
Ascenso republicano
En el Congreso, como muchos republicanos, se revela como un
conservador económico y un moderado en el plano social. Apoya la
legislación sobre los derechos civiles y lleva a cabo el combate por la
sustitución del servicio militar por un ejército regular. Sin embargo,
su campo predilecto sigue siendo el de las cuestiones relacionadas con
la Seguridad Nacional. Participa igualmente en el House Committee on
Science and Astronautics, que se interesa en los programas de la NASA.
La agencia espacial norteamericana es entonces dirigida por la ex élite científica del III Reich [1].
Es igualmente en nombre de este interés por las cuestiones estratégicas
que pasa a formar parte del Center for Strategic and International
Studies [2],
fundado en 1962 por Richard V. Allen, el republicano conservador que se
convertirá en consejero para la Seguridad Nacional de Ronald Reagan. Rumsfeld
es entonces uno de los primeros miembros del Congreso en frecuentar
dicho think-tank (centro de investigación y divulgación de ideas,
generalmente de carácter político).
Tras la terrible derrota de Barry Goldwater en 1964, dirige la
revuelta de los Republicanos que deseaban un cambio en la presidencia
del Partido, ocupada por Charles Halleck. Al frente de un grupo de
congresistas republicanos, especialmente de Charles Goodell, Robert
Griffin, Albert Quie y Robert Ellsworth, logra que Halleck sea
sustituido por Gerald Ford, de quien se convierte en uno de los más
cercanos consejeros.
Para facilitar la elección de un republicano a la Casa Blanca, Rumsfeld
se da a la tarea de apartar a todo candidato demócrata creíble.
Estimula así a uno de sus amigos demócratas, Allard K. Lowenstein,
líder del movimiento antiguerrerista y uno de los miembros más
liberales del Congreso, para que presente a un oscuro candidato a la
investidura contra el presidente saliente Lyndon Johnson.
Este último es derrotado en las elecciones primarias, lo que vuelve
a lanzar la carrera por la investidura demócrata, esta vez entre Hubert
Humphrey y Robert Kennedy, pero este último es asesinado el 5 de junio
de 1968. El camino está libre para los Republicanos.
El falso período «liberal» de Rumsfeld
Humphrey es fácilmente derrotado por Nixon, quien gana en 40 de 50
estados, a pesar de haber obtenido un número de votos comparable al del
candidato demócrata. Tras esta victoria, en la que participó
especialmente como vocero de los Republicanos, Rumsfeld
espera proseguir su ascenso político, pero su ambición y su apoyo a
Gerald Ford le valieron fuertes enemistades en el equipo de Nixon: como
prueba, es alejado del cargo de presidente del Partido Republicano por
Bob Haldeman, como también de numerosos puestos de la administración
presidencial.
Finalmente obtiene la presidencia del Office of Economic Opportunity
(Buró de la Equidad Económica) a pesar de que fuera extremadamente
crítico en cuanto a las leyes contra la pobreza. Negocia además un
puesto de asistente presidencial y una oficina en la Casa Blanca. En el
marco de estas nuevas funciones, escoge como asistente a Richard Cheney
y recluta a su amigo Frank Carlucci quien acababa de comenzar una
carrera de agente de campo de la CIA.
Donald Rumsfeld, Henry Kissinger y Richard Nixon.Los tres hombres llegarán a ser secretarios de Defensa, cada uno en
su momento. La OEO cuenta entre sus empleados a William Bradley, futuro
senador y candidato presidencial, a Christine Todd Whitman, futura
gobernadora de New Jersey y administradora de la Agencia para la
Protección del Medio Ambiente y a Terry Lenzner, futuro miembro de la
Comisión Senatorial en el caso Watergate.
La política de Rumsfeld al frente
de la agencia contra la pobreza permite que la prensa lo califique como
«liberal», etiqueta que puede perjudicarlo en el seno del Partido
Republicano. Así, a finales de 1970 decide aproximarse al poder y
obtiene un puesto de consejero del presidente en la Casa Blanca.
El momento es difícil. El ejército de los Estados Unidos está
empantanado en Vietnam sin esperanza de victoria y la guerra se hace
impopular. Profundas divisiones aparecen en el seno de la
administración presidencial. Donald Rumsfeld preconiza no insistir en una vía sin salida y retirarse.
Convence a un pequeño grupo que incluye a George P. Shultz, entonces
director del Office of Management and Budget; a Clark MacGregor,
consejero para las relaciones con el Congreso; y a John Ehrlichman,
encargado de la política interna, para que presionen al presidente, al
punto de que en abril de 1971 Richard Nixon, irritado, considera
separarse de Rumsfeld, de lo que lo disuaden su consejero Henry A. Kissinger y el secretario general de la Casa Blanca, Bob Hademan.
Finalmente los tres hombres deciden enviar a Rumsfeld
a una «misión» de dos meses a Europa, junto con Robert Finch, para
discutir sobre el consumo de drogas con las autoridades europeas. Al
regreso, Richard Nixon le ofrece un puesto a su medida y al mismo
tiempo lo suficientemente alejado como representante de los Estados
Unidos en la OTAN.
Rumsfeld acepta, pero los
consejeros cercanos al presidente le piden que espere al final de la
campaña presidencial para la cual el lobezno político podría ser útil.
En efecto, se encuentra entonces muy próximo a John Mitchell y a
Charles Colson, dos especialistas de los «golpes políticos» que
trabajan para Nixon.
Según las grabaciones secretas de la Casa Blanca realizadas entonces, en varias oportunidades Rumsfeld
propuso al presidente Nixon organizar operaciones por su cuenta,
obteniendo así informaciones sobre sus adversarios políticos o
accionando sus privilegiados vínculos con George Gallup, responsable
del Instituto de Sondeo Gallup Poll, considerado un pacifista. Si bien
la eficacia de estas gestiones es difícil de evaluar, no es menos
cierto que Nixon es reelegido en noviembre de 1972.
En 1973 y 1974 Rumsfeld se
encuentra en Europa, en la OTAN, cuando estalla el escándalo Watergate.
Sin ser afectado por la tormenta, le propone su ayuda a Nixon en el
caso, pues a pesar de las tensiones inherentes al ejercicio del poder,
cierta complicidad une a ambos hombres. Nixon respeta a los que aceptan
la competencia política y especialmente cuando enfrentan los fracasos
que marcan su propio recorrido.
En este sentido, Rumsfeld difiere
de los demás consejeros del presidente como Haldeman, Ehrlichman y
Kissinger, que están satisfechos con su estatus de «hombres de la
sombra». Además, es considerado una excelente vitrina pública para la
Casa Blanca, un muy buen vocero.
En el torbellino del Watergate, Nixon, sin embargo, no tiene en
cuenta el ofrecimiento de los servicios de su consejero, un feliz golpe
de suerte para Rumsfeld, que no se
ve afectado por el escándalo. Por el contrario, se beneficia del mismo,
pues tras la renuncia de Nixon el vicepresidente Gerald Ford lo incluye
en el equipo de transición.
La antítesis de Kissinger
Rumsfeld llama inmediatamente a
su más cercano consejero en Washington, Richard Cheney, quien aprovechó
la partida de su superior a Europa para incursionar en el mundo de los
negocios en una empresa de consultoría. Al nuevo equipo, dirigido por
Gerald Ford, se le confía una misión simple: reorganizar la Casa Blanca
y elaborar un programa de política interna, pero se le prohíbe
vincularse a cuestiones de política exterior, lo que permanece bajo el
dominio de Henry Kissinger.
Este, tras la entrada en funciones de Ford, ve ampliadas sus
prerrogativas en este campo y es al mismo tiempo secretario de Estado y
consejero para la Seguridad Nacional. Sin embargo, este poder de Henry
Kissinger en cuanto a la política exterior norteamericana, basada
entonces en el concepto de «distensión» con la URSS, va a erosionarse
progresivamente bajo la influencia de Donald Rumsfeld y Dick Cheney.
Ambos hombres se convierten rápidamente en figuras predominantes de
la administración Ford, quien un mes después de su entrada en funciones
nombra a Donald Rumsfeld
secretario general de la Casa Blanca, en sustitución de Alexander Haig.
Allí llega con Dick Cheney como asistente personal. Ambos se encuentran
en posiciones clave, lo que les brinda una influencia considerable en
la administración.
El dúo infernal trabajará de forma lenta, pero segura, para sacar del
juego al incómodo Henry Kissinger.
Rumsfeld se concentra ante todo
en los aliados de este, especialmente en Nelson Rockefeller, sin
embargo vicepresidente, y en su director de gabinete Bob Hartmann.
En noviembre de 1975 la popularidad de Gerald Ford está en su
punto más bajo y decide resolver las contradicciones de su equipo,
satisfaciendo al mismo tiempo a la opinión pública y al complejo
militar-industrial.
Así, revoca a su secretario de Defensa, Arthur R. Schlesinger, a quien sustituye por su secretario general Donald Rumsfeld,
y Dick Cheney pasa a ocupar el puesto de este. Simultáneamente confirma
a Henry Kissinger como secretario de Estado para forzarlo así a
renunciar a su puesto de consejero de Seguridad Nacional, para el cual
promueve a su adjunto, el general Brent Scowcroft.
Donald Rumsfeld, Gerald Ford y Dick Cheney, actual vicepresidente de los EE.UU.Saca a William Colby de la dirección de la CIA en beneficio de
George H. Bush. Finalmente informa al vicepresidente Nelson Rockefeller
que no figurará en el próximo equipo presidencial. Todo este movimiento
brutal ha quedado en la memoria como «masacre de Halloween» y marca el
contorno de dos clanes: el de Kissinger, favorable a la política de
distensión y control de armamentos llevada a cabo en colaboración con
la Unión Soviética, y el de Rumsfeld, convencido de que tras la de derrota de Vietnam, la opinión pública humillada sueña con grandeza y no con compromisos.
Abandonando la postura liberal de cuando la opinión pública quería
salir de Vietnam, el nuevo secretario de Defensa se convierte en halcón
para prometerle que no volverá a conocer la derrota, un cambio que el
clan Kissinger ha calificado con frecuencia como oportunismo político.
No hay dudas de que la ambición y la estrategia permiten explicar este viraje, pero también las convicciones de Donald Rumsfeld
evolucionaron durante su estancia en Bruselas como embajador en la
OTAN, pues en esa época se convence de la inutilidad de los programas
de control de armamentos negociados con la URSS.
En el marco de la campaña presidencial de 1976, aconseja al
presidente Gerald Ford abandonar el término de «distensión» por temor a
ser adelantado por la derecha, durante las elecciones primarias, por
parte del republicano de extrema derecha Ronald Reagan. Este último
lleva a cabo un proyecto diplomático basado en la idea de una necesaria
restauración «de la moralidad en política exterior».
La estrategia da resultado a corto plazo, pues permite al presidente
Ford, asociado a Bob Dole en la fórmula presidencial, obtener la
victoria en las elecciones primarias, pero no le basta para derrotar a
Jimmy Carter, el candidato demócrata, quien accede a la presidencia el
20 de enero de 1977, día en que Rumsfeld ve detenida su carrera.
Farmacéutico
Privado en brevísimo tiempo de responsabilidades políticas, sin mandato, Donald Rumsfeld
se resigna, como la mayor parte de las autoridades norteamericanas, y
prueba suerte en el mundo de los negocios. La oportunidad se la da la
empresa farmacéutica de Chicago G.D. Searle & Company, que se
encuentra en grandes dificultades financieras. El grupo está al borde
de la quiebra, las acciones han pasado de 110 a 12 dólares y la Food
and Drug Administration lleva a cabo una investigación sobre los
métodos de experimentación de medicamentos en la empresa, mientras se
niega a admitir sus últimos productos, especialmente el aspartame.
La familia Searle, que financió la primera campaña electoral de Rumsfeld
en Chicago, le confía el puesto de director general. El ex político
lleva a cabo allí una espectacular transformación: despide a más de la
mitad de los empleados del grupo que pasan de 800 a 350 gracias a
métodos de despido especialmente brutales.
En 1980 la revista Fortune lo sitúa en su lista «de los diez patronos más duros». Rumsfeld
sabe utilizar también sus conexiones políticas: una vez al frente de
Searle, desaparecen como por encanto las reticencias de la FDA, se
interrumpen las investigaciones y se conceden las autorizaciones de
comercialización, especialmente para el aspartame [3].
Durante los cinco años siguientes, las ganancias de la empresa
aumentaron 17% anualmente y las acciones suben a USD 30 dólares El
primero en aprovechar este viraje es el propio Rumsfeld
cuyo salario pasa de 200,000 dólares anuales en 1977 a 500 000 en 1982.
En este momento, las stock-options de que dispone se estiman en cuatro
millones de dólares.
Sin embargo, Rumsfeld no abandona
totalmente la arena política. En 1979, cuando la administración Carter
presenta un nuevo Tratado sobre Limitación de Armas Estratégicas
(SALT), da fe públicamente ante el Senado de su hostilidad y, por el
contrario, pide un aumento de 40 mil millones para gastos militares.
Según una retórica que reutilizará más tarde en la administración
Bush, afirma que «la situación de nuestra nación es mucho más peligrosa
hoy de lo que lo había sido nunca desde que Neville Chamberlain partió
de Munich, haciendo posible la Segunda Guerra Mundial».
El giro de la carrera política de Donald Rumsfeld
se da al año siguiente, en 1980, con la designación del vicepresidente
en la fórmula presidencial del candidato Reagan. Mientras que el nombre
que más circula es el de Gerald Ford, las negociaciones chocan con las
reivindicaciones del ex presidente. Hay que encontrar un sustituto.
Richard Allen, uno de los responsables de la campaña, propone a George
H.W. Bush al no tener el número de teléfono de Rumsfeld según él mismo ha dicho. Hoy afirma haber cometido un error: si el nombre de Rumsfeld
hubiera sido propuesto, seguramente habría sido el vicepresidente, lo
que le habría abierto el acceso a la suprema magistratura.
Gira al Medio Oriente
Durante dos años, el ex secretario de Defensa permanece alejado de
la administración Reagan, sin embargo una de las más conservadoras
desde la Segunda Guerra Mundial. Esta singular «travesía del desierto»
se explica por la animosidad que le profesan dos importantes figuras
del nuevo equipo dirigente en el poder, Casper Weinberger, secretario
de Defensa, y Alexander Haig, secretario de Estado.
Rumsfeld acepta participar en el
consejo de administración de Sears World Trade (SWT), una empresa de
comercio internacional dirigida por su amigo de siempre Frank Carlucci.
En realidad SWT es una cobertura de la CIA especializada en el comercio
de armas [4].
El atentado contra la embajada de los Estados Unidos en Beirut, el
18 de abril de 1983, que cobró la vida de cerca de 300 norteamericanos,
será la ocasión para Rumsfeld de
volver a tomar las riendas: es nombrado por Ronald Reagan emisario
especial al Medio Oriente y encargado de encontrar una salida para la
guerra civil en el Líbano.
Donald Rumsfeld en proveedor de armas a Saddam Hussein.El diplomático inicia inmediatamente una gira a la región que
comienza por Irak, lo que no deja de ser una elección singular, pues
los Estados Unidos no habían tenido relaciones diplomáticas con este
país desde la la Guerra de los Seis Días en 1967. Los días 19 y 20 de
diciembre de 1983, Rumsfeld se reúne con el viceprimer ministro, Tarik Aziz, y luego con el presidente Sadam Husein.
Entrevistas definitorias: según el correo diplomático que envía a
Washington, el encuentro «marca una etapa positiva en el desarrollo de
las relaciones entre los Estados Unidos e Irak y constituirá un nuevo
paso para el posicionamiento norteamericano en la región».
En ese entonces Washington trata de utilizar el régimen de Sadam
Husein como contrapeso del régimen de Teherán que ha escapado
totalmente a su control. Sobre el tapete se encuentran ya las
cuestiones energéticas: Rumsfeld
trata con el presidente Husein un proyecto de oleoducto elaborado por
la compañía Bechtel de la que -feliz coincidencia...- George Shultz era
director general hasta su entrada en la administración Reagan [5].
Irak, por su parte, desea que los Estados Unidos hagan respetar la
prohibición a la comunidad internacional de vender armas a Irán, en
plena guerra Irán-Irak.
De regreso a Washington tras su gira diplomática, Rumsfeld
alerta sobre la ceguera del Pentágono en cuanto al Medio Oriente que
podría, en su opinión, caer bajo control de Irán. Sus críticas se
dirigen directamente al equipo Weinberger, del departamento de Defensa,
y en particular a Richard Armitage, entonces encargado de la región.
Tras el ataque a la embajada de los Estados Unidos en Beirut, la
doctrina elaborada por Weinberger y Powell incitaba a la mayor
prudencia en cuanto al envío de tropas a la región. Rumsfeld,
cuyo punto de vista podríamos acercar al de Paul Wolfowitz, afirma, por
el contrario, que este atentado ofrece una excelente ocasión para
intervenir y evitar así el control del Golfo.
La administración Reagan opta por una vía intermedia: no envía
tropas, pero acepta ayudar a Irak a neutralizar la influencia iraní. El
26 de noviembre de 1984, Washington restablece sus relaciones
diplomáticas con Bagdad.
Aunque continúa su carrera en el sector privado, Rumsfeld
sigue siendo una figura importante en el aparato de Estado
norteamericano, de lo que da muestras su participación en las
simulaciones de golpe de Estado realizadas durante la administración
Reagan. Oficialmente se trata de preparar la continuidad del ejecutivo
en caso de «decapitación» del poder establecido por un ataque soviético.
En realidad, lo que se prepara así es la eventualidad de un golpe de
Estado fomentado por el vicepresidente -y ex director de la CIA-George
H. W. Bush, al verificar el vacío de poder provocado por la senilidad
en aumento del presidente Reagan [6]. James Woolsey y Kenneth Duberstein, que como Rumsfeld fue secretario general de la Casa Blanca, participan igualmente en el equipo «interino» simulado.
El programa es confiado a Oliver North y es supervisado, el colmo de
la ironía, por el propio vicepresidente Bush. Durante estos años, Rumsfeld
acostumbra a «desaparecer» todos los años durante algunos días en
diferentes bases secretas. Otro ex secretario general de la Casa Blanca
participa en estas maniobras: se trata del ex asistente de Rumsfeld, Dick Cheney.
Cada vez, un miembro diferente de la administración Reagan desempeña
el papel de nuevo «presidente». La singularidad del proceso previsto en
estas operaciones consiste en que no respetan las leyes federales de
sucesión presidencial, constitucionalmente confiadas al vicepresidente,
ya que las personalidades escogidas son el secretario de Agricultura o
el secretario de Comercio [7].
Intereses privados
Rumsfeld permanece por lo tanto
en la órbita del aparato de Estado, al punto de que cuando su empresa,
la G.D. Searle & Company, es adquirida a mediados de 1985 por
Monsanto, deja de trabajar en la misma y considera seriamente concurrir
a las primarias republicanas de 1988 frente al vicepresidente George H.
W. Bush, para lo que cuenta con el apoyo de la rama más conservadora
del aparato republicano y de varis figuras de la administración Reagan,
como Frank Carlucci, ahora secretario de Defensa, y de George Shultz,
aún secretario de Estado.
Este apoyo se explica por el tono de su campaña que trata de
adelantar a Bush en su posición de derecha gracias a una retórica de
«halcón» especialmente agresiva, especialmente contra la Unión
Soviética.
Lamentablemente para Rumsfeld, el
contexto político no le es favorable: identificado con los reaganianos
de la vieja escuela, enfrenta la competencia del candidato de los
reaganianos ultraliberales, Jack Kemp, igualmente apoyado por
personalidades neoconservadoras como William Kristol.
Se enfrenta igualmente a la candidatura del reverendo Pat Robertson,
de la Coalición Cristiana. En resumen, el ala derecha del Partido
Republicano estalla en las primarias de 1988. Por otra parte, Rumsfeld
posee una limitante política: la de no haber hecho campaña electoral
desde 1968, lo que no lo hace digno de la confianza de los
inversionistas y debe renunciar por falta de fondos. Así, en abril de
1987, se retira de la carrera a la investidura republicana.
Muchos lo dan por perdido para la política. Se vincula al sector
privado por un largo período y, en 1990, cuando su amigo Carlucci ya ha
tomado la dirección del Carlyle Group, es nombrado director general de
General Instrument Corporation, una empresa de cables de comunicación.
Durante tres años conduce la empresa al éxito financiero gracias a sus
contactos políticos.
Obtiene los favores de la FCC (Federal Communication Commission), la
autoridad norteamericana de regulación de las telecomunicaciones, hasta
ahora sólo sensible a las empresas que desarrollan tecnologías de
televisión analógica. Súbitamente, el proyecto de televisión digital
propuesto por GIC llama la atención de la agencia federal, una feliz
decisión que asegura el éxito de la nacionalización de la empresa y
permite a Rumsfeld disponer, a finales de la década de 1990, de una fortuna estimada entre 50 y 200 millones de dólares.
Sin embargo, el ex secretario de Defensa vende igualmente su
influencia a otras empresas: a principios de los años 90 obtiene la
autorización para que la sociedad ABB, con sede en Zurich, venda dos
reactores nucleares a Pyongyang a cambio de la seguridad dada por las
autoridades norcoreanas de que abandonarán su programa nuclear-militar [8].
En 1993, pasa a formar parte de Gulfstream, empresa de fabricación
de aviones ejecutivos adquirida por Ted Forstmann. Este último se
vincula sucesivamente a los servicios de otras importantes figuras
republicanas como George Shultz, Colin Powell y Henry Kissinger, todos
miembros del consejo de administración. Según Le Nouvel Observateur,
«en junio de 1999, cuando Ted Forstmann vende la Gulfstream a la
General Dynamics, fabricante de armas, se hacen de una ganancia de
cerca de tres millones de dólares cada uno.
El abogado comercial a cargo de los intereses de la de General
Dynamics, en el momento de la transacción William J. Haynes, es en la
actualidad un colaborador de Donald Rumsfeld.» [9]. La última actuación de Rumsfeld
en la esfera comercial data de 1997, año en que pasa a ser director
general de Gilead, empresa para la producción de medicamentos contra
las enfermedades infecciosas [10].
Como en Searle, Rumsfeld echa
mano a su libreta de direcciones para garantizar el beneplácito de la
FDA, que finalmente autoriza la comercialización de un medicamento
contra la viruela, hasta entonces muy controlado, el Cidofovir. Como
consecuencia, el Pentágono se integra al núcleo de Gilead para sus
investigaciones sobre bioterrorismo y aumenta el valor de sus acciones.
Los métodos de Donald Rumsfeld
en materia de tráfico de influencias superan los que normalmente se dan
en Europa. Algunos «casos» que permanecen en el rango de hipótesis
causan especial perplejidad. Es el caso del bombardeo a la fábrica de
productos farmacéuticos de Al-Shifa, en Sudán, por parte de la
administración Clinton, el 20 de agosto de 1998. Bajo el pretexto de
destruir un centro de fabricación de armas de destrucción masiva, lo
que se dejó sin capacidad de perjudicar, especialmente los negocios de
Gilead, productora de medicamentos contra la malaria y el sida, fue una
fábrica de medicamentos genéricos, así como Al Shifa.
El pánico del antrax, en octubre de 2001, además de hacer creer en
una amenaza terrorista islámica en los Estados Unidos, permitió
igualmente a la Gilead realizar excelentes negocios al aumentar sus
ventas de vacunas contra la viruela al Pentágono, lo que contribuye a
una formidable valorización del grupo, adquirido en 2002 por Karl
Hostetler por la interesante suma de 460 millones de dólares [11].
A la conquista de la Casa Blanca
Los éxitos financieros de Rumsfeld
no ahogan su ambición política. En la primavera de 1996 acepta dirigir
la campaña de Bob Dole y en el marco de sus funciones conoce a Paul
Wolfowitz, a quien le encarga redactar los discursos sobre política
exterior [12]. Es un nuevo fracaso para Rumsfeld:
el 20 de enero de 1997, el demócrata Bill Clinton reasume sus funciones
como presidente de los Estados Unidos. El dúo Wolfowitz-Rumsfeld no abandonará la escena, muy por el contrario.
Los hasta ahora inútiles esfuerzos de Rumsfeld
por acceder a la Casa Blanca, primero como vicepresidente de Reagan,
luego frente a George H.W. Bush durante las elecciones primarias de
1988 y finalmente como director de campaña del candidato republicano
Bob Dole en 1996, por fin van a dar resultados.
Bob Dole y Donald RumsfeldParadójicamente, es al apostar por el hijo del ex presidente, George
W. Bush, que los neoconservadores van a garantizar el triunfo de su
ideología. Wolfowitz y Rumsfeld
contribuyeron ampliamente a moldear esta época triunfal. Desde 1998
suscriben juntos el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, una carta
abierta al presidente Clinton instándolo a derrocar al presidente
iraquí Sadam Husein. El aliado de ayer se ha convertido para Rumsfeld en el mejorpretextopara desplegar tropas estadounidenses en el Golfo.
Paralelamente participa en la división de «Política Exterior» del
Congressional Policy Advisory Board, organizado en el Partido
Republicano por Martin Andersonpara permitir la elaboración de una
política exterior neoconservadoracon el apoyo financiero del Hoover
Institute, de la Fondation Heritage y de la American
EntrepriseInstitute. Rumsfeld
frecuenta allí a sus amigos Dick Cheney, Paul Wolfowitz y George
Shultz, a los que pronto se suman su antiguo adversario Casper
Weinberger y la protegida del candidato Bush, Condoleezza Rice.
Los trabajos de este equipo, que actúa paralelamente al grupo de los Vulcains [13], se basan en los realizados por la Comisión Investigadora del Congreso, presidida por Rumsfeld
y encargada de evaluar la probabilidad de un ataque balístico contra
los Estados Unidos. Organizado a partir del modelo del «Equipo B» sobre
la URSS [14],
esta comisión debe dar crédito, sobre todo, a la idea de un posible
golpe a los Estados Unidos por un misil enemigo a fin de justificar los
gastos militares solicitados por los Republicanos para la
implementación de un escudo antimisiles.
Paul Wolfowitz, experto en amenazas imaginarias, está al lado de Donald Rumsfeld.
Según las conclusiones de los parlamentarios esta amenaza es muy real,
sobre todo por parte de países como Corea del Norte, Irán e Irak, tres
Estados que figurarán más tarde en el «Eje del Mal» definido por George
W. Bush.
En su informe final, presentado a la prensa el 11 de enero de 2001,
la Comisión indica: «La historia está llena de situaciones en las que
se han ignorado las advertencias y se ha resistido al cambio hasta que
un evento exterior, hasta entonces considerado «improbable», viene a
forzar la mano de las burocracias reticentes.
Lo que se plantea es saber si los Estados Unidos tendrán la
sabiduría de actuar de forma responsable y reducir lo más rápidamente
posible su vulnerabilidad espacial o bien si, como ya ha sucedido en el
pasado, el único elemento capaz de galvanizar las energías de la Nación
y forzar al gobierno de los Estados Unidos a actuar deba ser un ataque
destructivo contra el país y su población, un «Pearl Harbor espacial».
Interrogado por los periodistas sobre la eventualidad de otras amenazas que no fueran la de los Estados antes mencionados, Donald Rumsfeld
habla de un posible ataque espacial por una nave que un tal Osama Bin
Laden estaría listo para lanzar desde una base secreta en Afganistán.
La continuación ya esconocida.